Hay una hermosa y gráfica analogía que comparten los textos sagrados para aplicar a nuestra existencia terrenal. Pensemos en un carruaje como el de la imagen.
El carro sería nuestro cuerpo material que se mueve en el mundo llevado por los sentidos.
Los sentidos son representados por los caballos.
Estos sentidos (los caballos), a su vez, tienden a ir detrás de los objetos sensoriales, que despiertan su interés sin pausa. Aquí podríamos hablar del camino mismo.
Depende de la mente (metafóricamente las riendas) direccionar los sentidos, dándoles rienda suelta o frenándolos.
Debido a que la mente es, por naturaleza, inquieta y cambiante, se necesita de un cochero, que aplique el discernimiento (sobre la mente -riendas- y el cuerpo -carro-). Ese discernimiento es característica básica del intelecto, de la inteligencia.
Y el pasajero sería nuestro Ser, quien viaja dentro de aquel carro.
CARRO - CUERPO FISICO
CABALLOS - SENTIDOS
CAMINO – OBJETOS SENSORIALES
RIENDAS - MENTE
COCHERO – DISCERNIMIENTO/INTELECTO
PASAJERO - SER
¿Dejamos, entonces, que nuestro “carro” vaya “a rienda suelta” detrás de todo lo que atraiga sus sentidos, o bien, lo direccionamos para avanzar en el camino en que nuestro Ser pueda alcanzar su propósito?